“A mí lo único que me importa es que no existan más los piqueteros cortando las calles. La verdad, todo lo otro que pueda hacer o no hacer este gobierno me interesa muy poco”. Las dos frases no son antojadizas o providenciales. Revelan una impactante escala de prioridades. Y un particular diseño intelectual para ver algo y para ocultar casi todo. Satanizar a los piqueteros fue esencial para ese hombre de unos 40 años que al comando de un auto (con la aplicación UBER) disparó aquellas palabras mientras por la noche me dirigía al encuentro de mis dos hijos.
Ese conductor expresaba un pensamiento muy extendido y muy reivindicado por amplios sectores de la sociedad. Una idea fuerza machacada hasta la exasperación en la tele, las radios, en las rutas más activas de los medios de comunicación tradicionales y digitales y por supuesto en las redes cloacales, dispuestas con fervor casi mesiánico a dar las batallas más violentas, recalcitrantes y reaccionarias.
Lo que volcó ese hombre de unos 40 años fue algo así, como “si no estuvieran los piqueteros que felices que seríamos”. ¿Cómo se logró capturar esa síntesis falsa que penetra en los corazones perdidos como una verdad absoluta? ¿Cómo se construyó semejante estupidez repetida como una oración divina en los estratos más privilegiados, en las capas medias y en las franjas más humildes? Esta fuerte percepción instalada a tiempo completo explica algo más valioso que la foto simbólica de un hecho circunstancial. Deja en evidencia el testimonio de un horizonte cotidiano sin comunidad. De una vida sin comunidad. Que no es otra cosa que no compartir, no identificarse con el otro, no tener lazos, arraigos, memorias, intereses y objetivos en común. La cancelación neoliberal de la comunidad termina manifestándose como la más pura exaltación del ultraindividualismo, fundamentado en las infranqueables y salvajes leyes del mercado.
“Hace tiempo que se apagó el fuego de campamento”, dice el filósofo y ensayista surcoreano Byung Chul Han. Y agrega: “Lo reemplaza la pantalla digital que aísla a las personas convirtiéndolas en consumidores. Ni siquiera las historias que se publican en las plataformas pueden subsanar el vacío. No son más que autorretratos pornográficos o autoexhibiciones, una manera de hacer publicidad de sí mismos. Postear, darle al botón “me gusta” y compartir son prácticas consumistas que agravan la crisis narrativa”.
Este grado de perfil consumista que el escritor surcoreano enfoca (sumamente crítico de la globalización, la sociedad del trabajo, la digitalización tecnológica y la hipertransparencia basada en la vigilancia y el control bajo la atmósfera del capitalismo), contribuye de manera radical en darle forma y contenido a un sujeto político que en simultaneo rechaza y desprecia la política. Y rechaza y desprecia toda noción de comunidad. Percibirse como parte de un colectivo es una opción que detesta. De allí, que detesta y descalifica al hombre organizado. Al hombre y a la mujer que participan de una organización.
Desconfía, sospecha, aniquila y anticipa desde una subjetividad quemada por consignas y mensajes de la inabarcable patria digital, que un grupo de personas unidas en el marco de una organización social están atrapadas por criterios sesgados o directamente mafiosas. En este caso, a los piqueteros, como a otras organizaciones, los observan en esta dimensión. Y los definen amenazantes, peligrosos y perturbadores de la dinámica propia.
¿La idea siempre superadora de la comunidad cayó o la empujaron? Sin dudas, la empujaron durante todas las horas y todos los días dé cada año. La fueron empujando al abismo los capangas visibles u ocultos del capital nacional e internacional. Le endosaron difamaciones permanentes. La acusaron de corrupta y mentirosa. Y la arrojaron junto a los mercenarios nunca ausentes, al submundo de los valores descartables, en sintonía con las tempestades de las derechas y ultraderechas que hoy se persignan frente a las sombras del fascismo.
Aquellas palabras del arranque de ese hombre de mediana edad que conducía un auto inscripto en la aplicación UBER, de ninguna manera fueron casuales o esporádicas. Delataron un rumbo ideológico, aunque él no lo advierta. Un lugar de pertenencia. Una afiliación sin fisuras a las mazmorras del individualismo rabioso. Los piqueteros son una excusa siempre a mano. A lo que le teme y le temen es a la comunidad. A la gente que sabe compartir experiencias, saberes, desventuras y proyectos con otra gente.