Por Guido Fernández Parmo (*).- Se terminaba la semana. Se terminaba la jornada laboral. La vuelta a casa me hace pasar, como siempre, por la estación de tren de Moreno. Frente a los molinetes, unos jóvenes reparten un diario a los gritos de: “¡Porque no permitiremos la presencia en nuestro país de presidentes nefastos como Bush…!” El nombre del ex presidente yanqui me saca de mi ensimismamiento. ¿Bush? Miro con atención, escucho, aunque sin detenerme, caminando hacia los molinetes. Sí, Bush, una forma de decir, una forma de recordarle al público en general que los nombres que siguen son igual de escalofriantes: “… como Trump, como el nefasto Putin…”.
Escuchar el nombre del presidente de la Federación Rusa en Moreno me saca doblemente de mi ensimismamiento. Minutos más tarde, mientras el tren va meciendo los cuerpos cansados de los trabajadores, pienso en los nombres recién escuchados. Y me pregunto qué es lo que llamó mi atención al escuchar los nombres de Trump, Bush y Putin juntos. A priori, diría que no soy simpatizante de ninguno de ellos, y, sin embargo, algo me sonó mal.
Apelo entonces a la gente que nos enseña a pensar. Me queda algo así como media hora de viaje y decido invertirla en esclarecer mi extrañamiento. Y cuando se trata de distinguir políticamente las fuerzas que están en juego, en el mundo actual o en la cumbre del G20, recuerdo a Lenin y me pregunto qué hubiese pensado él. De algún modo, llego a las siguientes conclusiones que comparto aquí.
1- El pensamiento político es práctico. “el punto de vista de la vida, de la práctica, debe ser el primordial y fundamental de la teoría del conocimiento” (Lenin).
Lo primero que debemos entender, tal vez siguiendo la famosa Tesis 11 de Marx, es que el pensamiento debe ponerse al servicio de la práctica. Pensar, evaluar, analizar la realidad, no puede ser un ejercicio encerrado en sí mismo, “en la cabeza de la gente”, sino que debe tener sus efectos prácticos. A la hora de evaluar una posición política, la de Trump o la de Putin, es preciso pensar desde la práctica. Esto quiere decir que no hay que invocar principios teóricos. Ningún político se define sólo por los nombres que invoca ni por los giros discursivos que emplea para arengar a las masas. El político debe ser medido por la relación entre su discurso y su práctica. Me pregunto entonces si Trump, Bush en su momento, y Putin ahora, alcanzan el mundo de la misma manera, lo transforman en la misma dirección.
2- La práctica se mide por las fuerzas reales. “Ni en la naturaleza ni en la historia se producen milagros, pero todo viraje brusco de la historia, incluida cualquiera revolución, ofrece un contenido tan rico, desarrolla combinaciones tan inesperadas y originales de formas de lucha y de correlación de las fuerzas en pugna, que muchas cosas pueden parecer milagrosas a la mente del filisteo” (Lenin). La práctica alcanza a la realidad bajo la forma de transformaciones y resultados. Un mundo puede ser entendido como un juego de fuerzas, de múltiples fuerzas, algunas opuestas, otras complementarias, hegemónicas o menores, que están en tensión permanente. Una fuerza siempre se mide con una fuerza opuesta. El discurso alcanza la práctica cuando se monta sobre alguna de esas fuerzas y tironea de ella, la amplifica, la debilita, cambia su dirección. Es preciso medir siempre la correlación de fuerzas de una época para comprender cómo ocurren las cosas. Sabemos que vivimos en un mundo capitalista. Pero el capitalismo no es una cosa, como un electrodoméstico, que siempre opera del mismo modo y con las mismas características. El capitalismo es un modo histórico de organizar la vida que va cambiando según las épocas, los obstáculos o las crisis por las que pasa. Tal vez lo único que el capitalismo mantiene y debe mantener es la división entre los propietarios de los recursos vitales y los que trabajamos para sobrevivir. En cada época, incluso en cada coyuntura, el capitalismo opera con distintas fuerzas para mantener ese orden: medios de comunicación, modelos de Estado (Benefactor, Neoliberal), formas de participación popular, violencia (guerras o invasiones), expectativas o esperanzas.
3- El juicio político debe estar situado. “El marxismo, totalmente hostil a todas las fórmulas abstractas, a todas las recetas doctrinas, exige que se preste mucha atención a la lucha de masas en curso que, con el desarrollo del movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas y la agudización de las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos métodos de defensa y ataque” (Lenin).
El pensamiento político está siempre situado en alguna fuerza. Lo que esto nos muestra es que no existen ni las abstracciones ni las generalizaciones. Bush, Trump, Putin (y, quién sabe, si mi cansancio me lo hubiese permitido, habría llegado a escuchar el nombre de Xi Jinping), no son la misma cosa porque las fuerzas desde las que hablan y actúan son diferentes. De eso se trata la política. Lo que Lenin hubiese pensado es que de nada sirve pensar con categorías abstractas a la política. Los mismos nombres pueden, en momentos distintos, responder a fuerzas distintas. Y lo que valgan esos nombres políticamente dependerá de lo que las fuerzas que conducen hagan con el mundo y con los trabajadores. Ni las categorías, ni los hombres siquiera, son siempre los mismos, dicen siempre lo mismo. Por el contrario, el juicio político debe poder reconocer los cambios histórico-concretos. ¿Es la misma la China de los años 1990 que la del presente? ¿Podría ser la misma fuerza en un mundo en donde EEUU la acusa de ser una potencia terrorista? Los cambios históricos nos obligan a revisar nuestras propias prácticas. A pesar de estas enseñanzas, hay organizaciones y partidos políticos que parecen vivir en una burbuja, sin envejecer, sin cambiar, realizando siempre los mismos juicios. En este sentido, se cae en la misma posición liberal que considera que el Comunismo, el Islam, el Cristianismo, Hitler, Stalin, Trump, Fidel y Mao, son todos lo mismo.
4- El juicio político debe ser concreto. “Lo que es la esencia misma, el alma viva del Marxismo: el análisis concreto de una situación concreta“ (Lenin). Pensar de manera concreta es entender que una fuerza, que abstractamente considerada podría ser enemiga de los trabajadores, puede funcionar progresivamente al debilitar a otra más fuerte que nos oprime. Ni Trump, ni Putin (mucho menos Xi Jinping) pueden ser juzgados sólo por gobernar países capitalistas y porque el capitalismo es el enemigo de la clase trabajadora. Todo esto es muy bonito pero no es real. Pensar políticamente es evaluar a esos nombres en sus mutuas relaciones de poder en el tablero mundial, en sus tironeos, en sus alianzas correspondientes, en sus ejercicios de poder particulares. Pensados abstractamente Rusia y EEUU pueden ser vistos como dos países capitalistas. Pero si pensamos concretamente vemos que EEUU suele aliarse a los poderes de Europa (ahora algo fragmentados) para sus invasiones a Afganistán, Siria, Libia, etc., mientras que Rusia se alía a Venezuela o a China para realizar acuerdos comerciales. EEUU tiene un dispositivo de producción de hegemonía monumental en la industria del entretenimiento y en cadenas como la CNN mientras que Rusia tiene una cadena como RT que difícilmente pueda ser analogada a su par yanqui.
5- La práctica debe surgir de la teoría revolucionaria. “Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria” (Lenin). Además, y tal vez de eso se trataba todo, lo que sonaba raro de escuchar a Trump y Putin juntos en la estación de Moreno, era qué teoría habilita esa presencia. Lo que en definitiva demuestra esa generalización es una falta de teoría revolucionaria. Una teoría revolucionaria no son unos cuantos eslóganes viejos repetidos una y otra vez. Si la política se mide en la práctica es porque la teoría revolucionaria nos tiene que permitir distinguir el juego de fuerzas característico de nuestro presente. Repensar a Lenin, a Marx, es poder hacer teoría, es entonces no caer en el pragmatismo ventajista, en cierto “veletismo” (si se me permite esta palabra compartida por las actitudes “veletas” que cambian según cambia el viento). Pero no por el placer de viajar al pasado, sino por entender que su enseñanza, para serlo, debe ser siempre nuestra enseñanza. Una teoría no es revolucionaria por invocar a los trabajadores y a su simpatía, sino porque nos permite avanzar en la práctica revolucionaria.
6- La teoría debe ser anticapitalista. “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía” (Lenin). La teoría, finalmente, no nos da solo la capacidad de evaluar y distinguir las fuerzas intervinientes en nuestro presente. Si así fuera, seríamos como los intelectuales que se regocijan con la contemplación. Lo que nos da la teoría es, precisamente, el criterio para evaluar y distinguir a partir de unan meta: la destrucción de un sistema que únicamente conoce de desigualdad y muerte. El horizonte debe ser la eliminación del capitalismo, como perspectiva que pone en su lugar a la heterogeneidad de fuerzas. Y es cierto, sobre todo en momentos en donde el verdadero regocijo y felicidad que brinda la Revolución ha quedado lejos, que a la meta se llega actuando con las fuerzas que existen. Pero, una fuerza, una posición política, que no se proponga como horizonte la eliminación del capitalismo no es más que una distracción maquiavélica o pragmatista.
Siempre es bueno sacar a pasear a Lenin por el conurbano mientras esperamos a los líderes del G20.
(*) Secretario de Cultura y Deportes de la UTPBA. Profesor de filosofía y comunicador.