(Por Claudia Rafael).- El día falta como falta él. Es un agujero en los almanaques. Entre el 28 de febrero y el 1 de marzo de 2017 no hubo ni hay nada. En esa oquedad inhallable está Luciano, la pieza ausente en el rompecabezas de la condición humana, asomando con sus 25 años. Los que nunca cumplió. Los que no tendrá jamás.
Los mismos que tenía su hermana Vanesa Orieta cuando a él los hacedores de la muerte lo arrancaron de una esquina oscura de Lomas del Mirador. Luciano Arruga cumpliría (ayer, hoy o en el hueco vacío entre los dos días) una edad que lo encontraría adulto; tal vez, trabajador; quizás changarín en tiempos en que no hay fábricas; a lo mejor luchador, como Vanesa peleando en las calles con la lucidez de plantarse contra las múltiples violencias institucionales que no son una, sino que rodean en un todo las vidas de los de afuera del círculo cada vez más estrecho del bienestar.
Luciano ya no tiene 17 como hace ocho años pero nunca los traspasó. La policía, el poder político, el judicial se interpusieron ante él para la vida. El mismo sistema que hoy proclama –como desde hace infinitos años- punibilidad a edades cada vez más bajas como parte de un engranaje de criminalización profunda de los desarrapados y los desnudos, fue el que lo buscó. Lo torturó. Lo hostigó. Lo rodeó. Lo castigó. Y sin querer, sin buscarlo, lo transformó en el símbolo más transparente y profundo de la dignidad del que dice rabiosamente no a los poderosos desde los pozos más profundos de la pobreza.
Hoy, ayer o en la hendidura entre medio, Luciano cumple 25.
Y, con la furiosa presencia de los torturados sigue marcando nuestros calendarios.
-Fuente: http://www.pelotadetrapo.org.ar/