23 agosto, 2017

Los animales domésticos y la mentira sobre Venezuela

Por Guido Fernández Parmo (*).- El animal doméstico. El hombre es un animal que promete. Con esta definición, Nietzsche denunciaba cómo el poder nos hace animales domésticos. Prometer es imponer una decisión y sostenerla a futuro, hacerse de una memoria. Como el matrimonio, la promesa es hasta que la muerte nos separe. El poder no sólo impone ideas y cómo debemos entender a la realidad. Impone una decisión: nos decide de una manera, nos decide frente al mundo. Nos han domesticado como el caballo que vuelve sólo al establo.

La ideología no se define sólo por el bolsillo

Esto es una dimensión fundamental de la ideología que muchas veces se pasa por alto en el análisis del dominio que, por ejemplo, los grandes medios imponen. Hay así un aspecto de la ideología que es un asumirse a partir de una imposición original. Por ejemplo, solemos escuchar que la gente vota con el bolsillo, aunque podamos ver a pobres votando a neoliberales o a una clase media que vota a un candidato contrario a quien le hizo ganar mucho dinero. Esto es porque, en esos casos, se vota a partir de una decisión tomada en relación a quiénes apoyar y a quiénes no. Hay una creencia original que se repite una y otra vez. La domesticidad es una fuerza que tira siempre para el mismo lado que, aunque percibamos otra realidad, la seguimos.

En relación a Venezuela, lo que se impuso es una decisión, que algunos toman por interés, por cobardía o por oportunismo. Los grandes medios, parte de la opinión pública, e intelectuales, han tomado la decisión de que en Venezuela hay una dictadura sangrienta dirigida por un déspota. Lo mismo con Siria. Nadie se acuerda de que a Hugo Chávez, tal vez el presidente con mayores instancias de legitimación democrática en la región, un golpe de Estado, militar y mediático, intentó sacarlo en el año 2002. Un golpe de Estado que intentó imponer la idea de que el gobierno disparaba contra la población civil cruel y fríamente  (a los poderosos, por lo visto y según la lógica de lo prometido, no les hace falta ser creativos). No parecen acordarse de que se comprobó cómo las imágenes estaban montadas (por ejemplo en el documental La revolución no será televisada). Lo mismo ocurrió en el 2001 cuando la CNN difundió, como verdaderas, imágenes en donde ‘árabes’ festejaban la tragedia que sufría EEUU. Se terminó demostrando que eran imágenes de archivo. El rebaño siguió sin embargo al pastor. Esto es así no porque la desmentida no tenga el mismo espacio que la mentira, ya que todos sabemos que EEUU mentía en relación a la invasión a Irak, pero ahora les creemos en relación a Siria.

La ideología no se define sólo por la mentira 

El enorme conflicto en Venezuela sigue siendo un campo de montaje, un gran estudio à la Hollywood en donde se crean las imágenes que es preciso imponer. Deberíamos recordar siempre esa genial película del año 1997 con Dustin Hoffman y Robert de Niro, Mentiras que matan. Esta imposibilidad para desmontar las imágenes falsas impuestas radica en que el problema no se resuelve entre verdad y falsedad. La verdad está ahí para cualquiera: ni el ejército de Chávez disparaba a la gente ni los árabes festejaban. El animal doméstico se parece a los niños que no quieren dejar de creer en Papá Noel o en los Reyes Magos: a pesar de haber visto a sus padres comprar los regalos, siguen creyendo que éstos cayeron del cielo.

También hace unos años, en enero de 2013, mientras Chávez estaba luchando contra su enfermedad, el periódico El País de España publicó una fotografía en donde se lo veía internado y entubado. Algunos días más tarde debió rectificarse al demostrarse que el de la foto no era el presidente de Venezuela. Pero el animal doméstico sigue creyendo.

Esto no tiene más vueltas. No alcanza la verdad para desmentir porque contra lo que hay que luchar es contra la decisión impuesta y asumida con respecto al mundo por parte de la opinión pública. Una decisión terrible, casi suicida, que dice que los poderes de las corporaciones, de los grandes ejércitos y de la industria de las armas, de los titánicos negocios de la droga, o que los mediocres lacayos de empresas mediáticas y gente de la farándula, están a favor del pueblo. Una decisión que se ha comprometido con ese extraño mundo que sólo la ciencia ficción había imaginado.

Los que creen que Venezuela es el reino del terror son animales domésticos a los que se les ha grabado una memoria, la memoria de una apuesta y de una decisión. Animales domésticos que, mientras pastan tranquilamente y van rumiando al sol, son conducidos por sus patrones al matadero.

 

(*) Profesor en filosofía. Comunicador.

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