Por Ana Villarreal (*).- Dos escenarios captaban la atención de algunos redactores del diario La Razón, mientras los secretarios mantenían la rutina de diseñar la edición del día. En el quinto piso del edificio de la calle Hornos 690 se desarrollaban periódicamente los encuentros de la Justa del Saber donde preguntas y respuestas sumaban prestigiosos tantos al conocimiento de los participantes. El segundo punto de interés reunía a muchos de nosotros en la sala de correctores en el cuarto piso.
Sin dudas, Alberto Laiseca, “el Lai”, era en este último escenario el protagonista insustituible de aquellas memorables tertulias. Con su físico imponente en altura y delgadez y su voz grave, templada por el tabaco, que ya había amarillado sus dedos y sus bigotes, era el centro de historias fascinantes.
Entonces, viajaba en tren todos los días desde Escobar hasta Barracas para cumplir con su tarea como corrector en el diario. En uno de esos intercambios de mates había afirmado que por nada del mundo cambiaría su casa de Escobar, en donde había determinado que una de sus ventanas permanecería abierta por siempre, ya que una enredadera había ganado el marco y había decidido crecer dentro de la casa.
Muchos de nosotros lo vimos con su bolsa de red en la que llevaba las páginas tipeadas de su monumental obra Los Sorias. En una entrevista periodística, tiempo después, contó cómo había salvado semejante tesoro de un intento de robo en el andén de la estación de Escobar.
En la sala de corrección, el Lai desplegaba su maestría para narrar historias sobre las alcantarillas de Buenos Aires o sobre las batallas de la Primera Guerra Mundial. Esa condición para contar ganaría popularidad más tarde en la pantalla televisiva en Cuentos de Terror, donde nos supo atrapar con obras de Edgar Alan Poe, Lovecraft, Stephen King, John Collier, Horacio Quiroga y Manuel Mujica Láinez.
La irresponsabilidad de la conducción patronal de La Razón obligó a los trabajadores y a la UTPBA a emprender una histórica lucha ante un despliegue de maniobras que culminaron con la quiebra empresaria en 1990. El flaco Lai, el fundador del realismo delirante en la literatura, fue uno de los consecuentes hasta el final.
(*) Secretaria General Adjunta de la UTPBA