12 mayo, 2020

Los pibes y pibas de la epidemia capitalista

Por Laura Tafettani (*).- Hace ya más de cuatro décadas que en nuestro país la pobreza sostuvo, al ritmo de democracias ajenas, su crecimiento sostenido, despojando a millones de argentinos y argentinas de la riqueza inmensa del suelo que habitan.

Cada década, a través de las generaciones que le fueron sucediendo, fueron empujados implacablemente – en riguroso apartheid– hacia nuevas fronteras de exclusión. Esos y esas nadies que jamás sentirán el tibio abrazo de las mañanas de un horizonte prometedor.

En diciembre del 2019, los números de la pobreza de Argentina alcanzaban cifras difíciles de contabilizar en términos humanos y dentro de esos dígitos, las de mayor gravedad portaban los rostros de los niños y niñas que les ha tocado en suerte nacer en el lugar equivocado.


Difícil entonces es hablar de la pandemia COVID 19, del aislamiento “voluntario” de quienes fueron condenados hace muchos años atrás al aislamiento obligatorio que impone la desigualdad
, y cuyas medidas sanitarias consistieron en arrinconarlos en villas y asentamientos, sobreviviendo de cualquier modo, haciendo del distanciamiento social parte de su vida cotidiana.

Pero, aun así, no podemos dejar de considerar que dentro de los efectos que trae la pandemia COVID 19, una vez más, los costos mayores pesarán nuevamente sobre sus espaldas.

Con un gobierno que negocia una deuda externa que jamás contrajeron los nadies, y grupos económicos que no sólo siguen conservando intactos sus privilegios, sino que se preparan para dar el zarpazo post pandemia que les permitirá acumular aún más, es difícil pensar que será de otro modo.

Mientras tanto, los niños y las niñas bajo la frontera indigna de la pobreza -con suerte-podrán aspirar a míseros bolsones de comida o planes precarizados para sus padres con el fin de aliviar la conciencia de las almas bellas que la denuncian, pero lejos están de querer erradicarla.

Estamos entonces, hace muchos años ya, con una verdadera epidemia: la que trae consigo el sistema económico cuya vacuna siquiera se encuentra en miras de buscar y los remedios que se proponen la prolongan, siendo parte de la enfermedad. A esto debemos inevitablemente sumar la dolorosa pérdida de la capacidad transformadora de gran parte de la sociedad que ha vivido complacientemente con los privilegios de pertenecer, casi sin contradicciones.

Sin embargo, a veces estas situaciones pueden convertirse en grandes símbolos, no de la poderosa individualidad de sus portadores sino de las fuerzas anónimas que hay de detrás de ellas.

En este sentido, toda crisis siempre es una invitación a un nuevo comienzo, el fracaso de las medidas pragmáticas a corto plazo puede ser una oportunidad para reconsiderar los verdaderos cimientos.

La lección más terrible de las situaciones más dramáticas de nuestra humanidad es que no hay nada que aprender de ellas.

El único horizonte prometedor no vendrá de la mano de un sistema capitalista cuyo único motor es la rentabilidad a partir del sufrimiento humano. Hay un solo camino y está por trazarse. Un camino que no se podrá transitar sobre el que está. Un nuevo y definitivo camino que persiga el inmenso desafío de construir verdaderamente otra sociabilidad humana.

Utópica como puede parecer, esta solución a gran escala es la única realista y el motor podría ser el volver a colocar a los niños y niñas de nuestro pueblo nuevamente en el centro del horizonte por venir. Es nuestra responsabilidad histórica pero también la única manera de volver a dibujar un futuro verdaderamente diferente para las generaciones venideras.

(*) Abogada. Referente Pelota de Trapo, organización popular con niños, niñas y jóvenes.

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