Por Juan Chaneton (*).- Tal vez alguien siga diciendo que no hay fin de ciclo en América Latina pero lo ocurrido en Sao Bernardo do Campo, en la periferia paulista, el 7 de diciembre, tiene la elocuencia de la realidad y es la metáfora de una cruzada proletaria continental que, con la excepción de Bolivia, Venezuela y Nicaragua, se halla, a estas horas, escorada y naufragando en la mar gruesa de la lucha de clases. La pertinacia en el error que significa no advertir que nuestras estrategias de poder están dando signos de fatiga, no revela espíritu militante sino, muchas veces, envanecida contumacia para aferrarse a la ilusión.
El mando superior del ejército y de la policía ecuatorianos se halla en pleno proceso de transición hacia la dependencia orgánica del Southcom (Comando Sur) estadounidense. ¿No es esto importante? ¿No significa esto que la mirada de largo plazo del imperio no tiene en cuenta los procesos electorales y sus resultados sino el puro y duro concepto de poder?
En Brasil se ha precipitado una coyuntura en la que cualquier cosa puede ocurrir. Lula puede estar preso doce años, o no; ser candidato, o no; ir a prisión domiciliaria, o no; salir pronto en libertad, o no. El final está abierto. Pero nada de lo que pueda pasar es, a primera vista, favorable a los intereses nacionales y populares. Nada ha resuelto la burguesía paulista con el encarcelamiento de Lula. Éste mantendrá su presencia en el panorama político brasileño y su sola ausencia material en el desarrollo de los hechos fulminaría de ilegítima cualquier solución que lo excluya, aun una que surja de elecciones. Votar a Temer o un sucedáneo de Temer por temor a Bolsonaro sería el “síndrome francés” trasladado a Brasil, pues evocaría aquella opción por Chirac en el año 2002 para cerrarle el camino al fascismo encarnado en Jean-Marie Le Pen. Pero nada de ello sanaría al sistema institucional brasileño de la precariedad y la fraudulencia que lo aqueja. Los militares asoman, así, otra vez, como la carta de última instancia de la burguesía brasileña. Vendrían con el cuento de la lucha contra la corrupción en primer lugar y encarcelarían a Temer y a medio parlamento lo cual dejaría allanado el camino del consenso social para que Brasil haga lo único que le importa, en términos estratégicos, a los EE.UU: que el país empiece a jugar el rol central en Sudamérica como pieza activa de la geopolítica estadounidense a través de sus fuerzas armadas.
Podrían empezar a consolidarse, entonces, de ese modo, eventuales y artificiales “hipótesis de conflicto” renovadas en los términos de Joseph Disalvo, subcomandante del Comando del Sur: “… debemos pensar en una estrategia nueva que más que un Plan Colombia sea un plan Sudamérica, donde todo el mundo pueda combinar sus esfuerzos y así luchar contra esto (narcotráfico).” (nota de Martín Pastor: “EEUU no quiere una base en Ecuador, quiere algo más devastador”; www.hispantv.com, 8 de abril de 2018). Es el proyecto de dominación para Latinoamérica, etapa indispensable para preparar el enfrentamiento contra Rusia y China en el largo plazo.
Todo esto ha de venir de algún lado. La genealogía de los actuales retrocesos de los procesos soberanistas ha de tener alguna lógica. Y esa lógica está en el origen y en la naturaleza del fenómeno. Si las campanas doblan hoy por los procesos soberanistas ello significa, entre otras cosas, que estamos a la defensiva. Y estamos a la defensiva porque nacimos a la defensiva. Y no teníamos opción. En efecto, estos procesos soberanistas no son hijos de ningún auge de masas sino de la necesidad de buscar caminos alternativos después de la derrota setentista. Pero si el movimiento obrero y popular pasa de la aspiración a un poder popular alternativo al propósito de ganarle una elección al adversario en el marco de las reglas que fija ese mismo adversario, en ese caso estamos a la defensiva. Y encima, que se sepa, no estamos ganando.
Como Salvador Allende, Lula es una idea. Así lo dijo él mismo en su discurso del 7 de abril. Ha devenido idea: con capitalismo, la justicia, la democracia, la paz y el avance tecnológico y científico puesto al servicio de la calidad de vida de los pueblos, es imposible. Esa es la idea.
Se cierra un ciclo histórico. El Cordobazo argentino de 1969 alumbró formas de lucha sancionadas categóricamente por la derrota el 24 de marzo de 1976. El caracazo venezolano de 1989 parió los procesos soberanistas que simbólicamente se hallan, en este instante de la historia de Latinoamérica, en este instante de la historia de las luchas de los pueblos de Latinoamérica, entonando endechas de final, mas no de réquiem, porque los pueblos, en particular el pueblo de Brasil, seguirá en la calle exigiendo el fin de la farsa de justicia que encarceló a Lula y será, de ese modo, la puntada inicial de nuevas formas de resistencia a la militarización de nuestras sociedades. Resistencia pacífica con el pueblo en las calles y en las plazas desobedeciendo al poder militarizado, esa es la cuestión.
Procesos ya sancionados por la derrota setentista dieron lugar a nuevos procesos, los que vienen a ser puestos, abruptamente, fuera de juego. No es una derrota la que estamos viviendo hoy, pero se le parece. Y no se le sale al cruce a ninguna derrota negando la realidad, prorrumpiendo en voluntariosos fervores, ni adjetivando de derrotistas a los que ven lo que ocurre y, pese a todo, siguen luchando.
Masas desmotivadas no combaten en la calle. Masas desmotivadas no combaten, no luchan por su programa porque su programa brilla por su ausencia. La pregunta que desde hace mucho tiempo se hace la militancia de América Latina es: ¿pueden estos procesos que se desenvuelven en el marco de una normativa constitucional diseñada por el enemigo de clase y, por ello, pensada para la dominación y no para la libertad, conducir hacia algún puerto que signifique más y mejores construcciones que permitan disputar en condiciones favorables, el poder político a las dirigencias burguesas tradicionales?
Dice Atilio Borón: “Al pisotear los preceptos constitucionales el Superior Tribunal Federal deslegitima la democracia y arroja a Brasil a los brazos de la violencia. Demuestra que de ahora en más nuestros pueblos tendrán que idear otras estrategias de conquista del poder, porque la ruta de la democracia parece desembocar fatalmente en la venganza reaccionaria con la bendición del imperio. No hay muchos dispuestos a tolerar este resultado”.
Parece un principio de respuesta a la pregunta del párrafo anterior.
(*) Periodista y escritor