Por Daniel Das Neves (*).- Se nos dice que el mundo que emerge de esta pandemia, que todavía no se fue, llegó para quedarse. Lo dicen los arquitectos de una sociedad que no está prevista que se organice para que las personas vivan del mejor modo posible sino para que el capital se pueda reproducir con una pocas restricciones. Lo dicen y se repite hasta el hartazgo.
En un mundo que ya no es el mismo Facebook (desde estos días Meta) tuvo un incremento del 58% en sus beneficios al concluir 2020 en relación al año anterior, prepandémico. Algunas cuestiones persisten.
Al reflexionar sobre la pandemia, Jara –un personaje de la última novela de la escritora española Belén Gopegui, Existiríamos el mar- cree que “esta vez no vienen en barcos, vienen de negocios cerrados, de despidos, de pérdidas o de considerar pérdidas lo que sólo es disminución de la ganancia”.
Alcanzar una situación produciendo una determinada acción, de eso se trata llegar. ¿Quién llega? ¿Quién resuelve que se llega? ¿A dónde se llega? Cuando pueblos y organizaciones disputaban la hegemonía del poder capitalista a comienzos de los 70, con abrumadoras mayorías apoyando, aceptando, respaldando o militando, los sectores dominantes jamás consintieron la posibilidad de que llegaran para quedarse porque confrontaron a sangre y fuego a quienes pretendían cambiar el orden de las cosas.
Y no se trataba apenas de un clima de época, ese giro conceptual que le baja el precio, muchas veces desde el mismo campo que transitaban aquellos protagonistas, sino de una construcción social, política y cultural que como nunca obligó a las clases dominantes a apelar al exterminio como único criminal método para impedir que llegaran para quedarse .
El orden establecido es el que marca que este estado de cosas llegó para quedarse. Llega con su equipaje de mano antes que todos, dice que es por acá y no espera a nadie para seguir ni pregunta cuántos quedan atrás porque no forma parte de su ADN. Y se invisibiliza.
Volviendo sobre la novela de Gopegui, una de las protagonistas al referirse al lugar que alquilan junto a otras/os cuatro amigas y amigos comenta que “en Martín de Vargas no hemos llegado a ningún sitio”. Nada han resuelto pero a nada han renunciado, podría desprenderse de ese pensamiento. Me interesaba saber qué pasa con el mientras tanto, qué oponer al empuje de lo que todavía no ha sido impugnado con hechos políticamente. Como vivir sabiendo, al mismo tiempo, que este no es el modo en que se debería vivir, y sabiendo que se tiene que vivir ahora además en ese futuro que tratamos de imaginar empuja la autora, la misma que está convencida que nunca hay un lugar donde creas que ya has llegado, eso sólo ocurre en las películas. En la vida diaria no es así.
¿Por qué llegó para quedarse el mundo postpandemia? ¿Por qué no es la humanidad la que llegó para quedarse, con salud, educación, trabajo distribuído entre cada uno de los más de 7 mil millones? Distopías brutales que desalojan desacreditadas (y combatidas) utopías. Llegar para quedarse. Ir del miedo a la esperanza, dos mecanismos que para Spinoza pasaron del control de la religión al control del capital. Piensa y dice Gopegui que en la medida que habitamos en el tiempo, ya sabemos que no hay victorias ni derrotas absolutas. Y no sólo porque nada se detiene sino también porque la vida es muy complicada. En el trabajo se puede conseguir una reivindicación pero perder otra, por ejemplo. Es importante tener esa idea de que estamos en un proceso que siempre va a seguir, que nunca va a estar terminado.
Ni designio ni azar dice Carmen Martín Gaite en el tercer verso de su movilizador poema que lleva el potente título de Ni aguantar ni escapar. Una invitación para que, aún atentos u obsesivos con las relaciones de fuerza, no sea la resignación la que reciba la nueva orden del orden establecido.
(*) Secretario de Relaciones Internacionales de la UTPBA.