Por Martins Morim (*), desde Lisboa.- Cuando en Buenos Aires ponen fin al aislamiento, en Lisboa se aplican -una vez más- nuevas medidas restrictivas a la población. Es el Estado de emergencia por cuarta vez. Aquí se habla de la segunda hola. Se esperaba que ocurriera entre el final del otoño y el principio del invierno, pero llegó más temprano. ¡Y con fuerza! Las nuevas medidas no son tan restrictivas como anteriormente, pero se prolongarán más en el tiempo, quizá hasta diciembre.
Los números justifican la decisión política, pero ahora no ha sido bien recibida o por lo menos no tan bien recibida como hace ocho meses. En aquel entonces, la sociedad había confiado en la decisión del Gobierno. Y eso puede explicar en gran parte lo que entonces fue el «milagro portugués».
Defender la salud sin matar la economía es lo que se pretende, pero es una ecuación de muy difícil resolución. «La economía no aguanta más un nuevo confinamiento», ha declarado el Presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, cuando anunció las nuevas medidas, reconociendo al mismo tiempo que «ahora no hay unanimidad política» como hubo hace unos ocho meses. En ese tiempo, la sociedad ha cambiado: ahora hay desempleo, hay familias sin salarios, hay incluso hambre, y hay mucho miedo de que todo pueda agravarse aún más.
Es un miedo justificado, sin duda, pero me gustaría en este texto reflexionar un poco más sobre otros cambios que están ocurriendo como consecuencia del Covid-19 y que afectan a mucho a periodistas y comunicadores en Portugal, en Argentina y en todo el mundo.
Así, de un día para el otro, como quién no desea la cosa, el teletrabajo comienza siendo casi obligatorio a casi todos los periodistas. Sin preparación ni aprendizaje, la vida profesional dejo de ser en su lugar de trabajo para pasar a ser en el hogar de residencia, las reuniones se transferirán para las pantallas de la computadora o del celular. Las rutinas se volcarán de piernas para el aire… No se va más a la redacción, ni se contacta más directa y personalmente con las fuentes. Se hace todo a distancia para lograr la información que hay que dar todos los días en los periódicos, en las radios y televisiones, en los sites.
Aparentemente esta parece ser la «nueva normalidad» y no falta quien vea muchas ventajas en el tele – trabajo. No se pierde tiempo en el tránsito, no se gasta dinero en transportes, puede haber flexibilidad en las horas de trabajo, se puede rentabilizar mejor el tiempo a la medida cada uno… Y las empresas ya pueden imaginar cuanto podrían ahorrar si tuvieran toda la gente trabajando en casa: en alquileres, en materiales, en energía, en costos de dislocaciones, en personal auxiliar, etc…
Esto sería el futuro para el periodismo, nacido de la «nueva normalidad», y no falta quien defienda esta idea. Los patrones antes de todo, pero también periodistas. Pero éstos últimos deben reflexionar y ver como es de engañosa la idea de que trabajando solamente en casa, el periodista tendrá mucha más libertad y disponibilidad, casi haciendo «lo que quiere, como quiere, donde quiere y cuando quiere”. Pero no es verdad, al contrario, es pura ilusión.
Muchas experiencias que están siendo compartidas entre los profesionales, escribe Joaquim Fidalgo, profesor de periodismo de la Universidad do Minho, en Braga, «sugieren que, al contrario, se trabaja más horas (no hay horario, la pausa para las comidas se interrumpe con frecuencia, se está permanentemente a ser solicitado por teléfono, email o red social) y en condiciones más complicadas (el nuevo espacio del trabajo no siempre se ajusta, en la familia, los niños quieren también espacio y atención, y hay además dificultades logísticas o técnicas que cada uno tiene que superar al estilo “hace-todo”…).»
Por lo tanto, agrega Fidalgo, «es un engaño juzgar que, en esta escena, el periodista se acerca al modelo del profesional liberal, que se entrega apropiado sí mismo; al contrario, parece que sigue siendo más proletario de lo que era en la “vieja normalidad”». Además, lo que ahorra en la dislocación lo gasta en la energía eléctrica, celular, computadora, Internet…
Hay una observación más del docente portugués que
me gustaría reproducir, pero otras se justificarían igualmente.
Esta en el plano socio profesional: «La
desaparición virtual del espacio colectivo que es una redacción significa un rudo
golpe en el periodismo tal como, en mi opinión, debe ser entendido»,
sustenta el profesor de Periodismo y Ética.
«Un periódico (impreso, publicado en
línea, difundido por la radio o emitida por la televisión) no es una
yuxtaposición simple de trabajos periodísticos individuales, desarrollados cada
uno de modo autónomo e independiente, como si fuera una isla. Al contrario, un
periódico es eminentemente un producto colectivo, el resultado de muchos
trabajos adentro equipara los niveles más diversos, formales e informales. Una Redacción
es, para la definición, un espacio de pelea y discusión, que se hace a dos o a tres,
en el espacio de una pequeña sección o más alargado a todo el colectivo. En una
Redacción, se habla, se pregunta, se piensa en conjunto, se duda, se protesta,
se discute, se corrige, se rema un barco que es solamente uno, pero que tiene
muchos remadores (y no todos son iguales…)»
¡No podemos permitir que el Covid-19 mate también
la «vieja normalidad» de una Redacción!
(*) Periodista.