7 julio, 2016

Poe y Waitz en Israfel

Por Martín Casalongue(*).- Un amigo, en Mar del Plata, me acercó al primer encuentro con Israfel. Aún no sabía todo lo que ahora sé. Ignoraba que era una creación dramática escrita por Abelardo Castillo sobre la vida de Edgar Allan Poe; que en 1963 había obtenido un premio otorgado por la UNESCO, cuyo jurado estaba presidido por Eugene Ionesco; que había sido estrenada en 1966 en el Teatro Argentino, dirigida por Inda Ledesma y protagonizada por Alfredo Alcón; que dicho estreno fue un hito en la escena del teatro nacional; que fue representada en más de diez idiomas.

Mi primer encuentro con Israfel, como decía, fue a través de un amigo. Me alcanzó la obra para leerla y me dijo que el 26 de enero de 1977 se llevaron a Carlos Waitz, en plena función de Israfel, del teatro La Botonera, donde hoy funciona una casa comercial. Un grupo de tareas arrancó de la escena al actor de 21 años. Este también significó un hito en la historia del teatro nacional. Un teatro que, aún en la oscuridad de la dictadura, se resistía a claudicar, a doblegarse, al abandono de la lucha.

Recordar ese primer encuentro con Israfel, me hace reflexionar sobre la valentía en el teatro, en el hecho concreto de querer comunicar una idea cuando las ideas están prohibidas, porque anhelan sueños, plantean esperanzas. Reflexionar sobre la belleza de ese instante único, irrepetible, íntimo que es la acción dramática, en donde los actores brindan la voz y el cuerpo para celebrar con el otro la invención humana. Reflexionar sobre esta obra que fue censurada y prohibida, esta obra que marcó hitos en la escena nacional, esta obra que nos cuenta la vida de un hombre cuya esencia es no doblegar su espíritu de creación literaria en una sociedad donde el dinero es el valor supremo, el eje de una organización social que entra en confrontación constante con ese espíritu. Poe luchará hasta el fin de su vida para fundar una revista literaria que posibilite el trabajo a todos los poetas hambrientos del país. El quiere vivir de su producción literaria, quiere que su genio sea reconocido, interpela sus pesadillas y debilidades, abraza un sueño, lucha por salir de la oscuridad y entonces escribe y escribe, No dejará de escribir nunca, nunca claudicará.

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