30 junio, 2020

Puerto Rico: periodismo entre retos sísmicos y riesgo ciclónico extremo en tiempos de pandemia

Por Gerardo Cordero (*), desde San Juan de Puerto Rico.- El 15 de marzo de 2020, el equipo del turno dominical en la sala de redacción del diario El Nuevo Día, en San Juan, escuchó atento el mensaje de la Gobernadora de Puerto Rico. Esa tarde anunció la puesta en vigor del toque de queda como medida cautelar contra la nueva cepa del coronavirus.

En ese momento no se había confirmado ningún deceso por Covid-19 en la isla, pero la enfermedad ya dejaba un saldo creciente de muertes en China e Italia. Entonces, también se conocían los primeros casos letales en ciudades de Estados Unidos, como Nueva York, sede de una comunidad importante de la diáspora puertorriqueñaa.

Puerto Rico adoptaba medidas preventivas contra el peligroso virus antes que otros países caribeños y primero que la mayoría de las ciudades estadounidenses, donde los casos letales y los contagios avanzaron con ritmo sorprendente desde mediados de marzo. Esa tarde del día 15, hablé con varios médicos colaboradores y en pocas horas publicamos tres columnas con sus comentarios y análisis sobre el incipiente reto salubrista.

La dirección del rotativo tomó medidas inmediatas para procurar que la mayor parte del personal realizara sin escollos sus tareas de modo remoto. Cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia, los colegas se mostraban receptivos al gran desafío que la situación implicaba para nuestra labor.

El 16 de marzo de 2020, la mayor parte de las computadoras portátiles de los periodistas habían sido revisadas. Además, se actualizaron programas y se agregaron otros como parte de un plan para facilitar las conexiones en línea y la transmisión de información. Hubo repartición de mascarillas y guantes, así como regulación de accesos al edificio, donde se reforzaron las medidas de limpieza.

El 17 de marzo llegué al periódico para comenzar mi jornada como de costumbre. Sin embargo, el ambiente era distinto. Por razones de seguridad, el equipo presente era sustancialmente menor. Luego, un mensaje del director adelantó los primeros cambios en la dinámica laboral. Era el inicio formal de un escenario pandémico que, de primera intención, uno no comprendía en toda su magnitud.

En una sala de redacción sin la algarabía que generalmente la caracteriza, ese martes trabajé de lleno en la edición de contenido para la sección de Opinión en línea, así como en otros textos de la edición impresa del miércoles, 18 de marzo. Cerré minutos antes de las 8:00 p.m. las páginas asignadas. Luego completé el montaje de material en línea de publicación inmediata esa noche y tramité contenido adicional para la edición virtual de la mañana.

Al completar las tareas, me despedí de los artistas gráficos y diseñadores que laboraban cerca de mi mesa de trabajo, como de costumbre. También di las buenas noches a dos colegas de Deportes, al editor de cierre y a otros compañeros en la sección de Noticias. Dije “buenas noches” como una noche más, pero no lo era.

Al día siguiente inició formalmente mi jornada desde el hogar, al igual que todo el equipo de Opinión. Lo mismo ocurrió para el resto de las secciones de contenido de El Nuevo Día y para gran parte de los empleados de los demás departamentos. Decenas de reporteros realizaron entrevistas, investigaciones y otras tareas desde sus casas, coordinando “a distancia” con editores y otros compañeros la producción de contenido para todas las secciones del diario.

El acelerado flujo informativo internacional documentaba la gravedad extrema del impacto del Covid-19 y en la isla —en medio de la quiebra gubernamental, la lucha lenta por recuperarnos del golpe ciclónico de septiembre de 2017 y de los terremotos del suroeste en enero de 2020— las inquietudes se multiplicaban.

Con una agenda periodística cargada, las jornadas en tiempo de pandemia se prolongan día tras día. Y la conexión cibernética es constante. En mi caso, la primera reunión virtual con mis colegas se produce a las 9:00 a.m. Sin embargo, horas antes ya he completado un buen tramo de navegación en línea por móvil y laptop para conocer nuevos eventos, temas emergentes y contestar correos electrónicos o mensajes de texto.

En el grupo de Opinión conversamos por la plataforma Teams, afinamos agendas y aunque la reunión formal termine, en cualquier momento dialogamos nuevamente por la misma plataforma o interactuamos “cara a cara” con fuentes por Zoom o Skype. Igualmente nos conectamos con colegas u otras personas por WhatsApp o FaceTime. También conversamos por teléfono en conexión tradicional o respondemos mensajes de texto, pero esa frecuencia disminuye por la versatilidad y conveniencia de las nuevas alternativas de interacción en línea.

En El Nuevo Día se ha publicado un número sustancial de colaboraciones de expertos del campo de la salud, ávidos de orientar y presentar su juicio crítico sobre aspectos diversos del desafío salubrista de un virus para el que no existe antídoto por el momento. Los escritos de prestigiosos galenos, investigadores, docentes, entre otros peritos —incluyendo nuevas voces expertas que en este periodo crítico se han sumado para aportar ideas— representan contenido valioso muy apreciado por la audiencia.

En esta etapa, por otro lado, en la dinámica laboral periodística son frecuentes los entrenamientos virtuales o Webinars para explorar nuevas herramientas cibernéticas. En general las alternativas recién descubiertas han sido muy convenientes para adelantar la producción e integrar innovaciones beneficiosas para las audiencias.

Por el momento, las conexiones de internet en la isla han permitido mantener la producción de contenido periodístico sin escollos mayores y los flujos de audiencia han aumentado ya que hay una necesidad creciente de información en un escenario de riesgo sanitario exacerbado y ante una paralización económica que en Puerto Rico cobra una dimensión mayor porque surge durante una recesión económica que se prolonga por más de una década.

En la calle, para decenas de reporteros y fotoperiodistas no hay opción de trabajo remoto. Armados con guantes, mascarillas, desinfectantes con base elevada de alcohol y otras medidas de protección, tienen que movilizarse constantemente a conferencias de prensa u otros escenarios con magnitud de riesgo multiplicado.

Es la ironía del tiempo pandémico para la prensa porque la calle es su lugar principal de trabajo. Sin embargo, transitarla e interactuar con la gente supone ahora medidas antisépticas que hace apenas tres meses nadie imaginaba. Para las duras vivencias periodísticas que hoy son parte de una extraña cotidianidad que miramos a través de lentes o micas plásticas no existían referencias cercanas. Las pandemias de la gripe aviar o el cólera, en Asia y África, no representaron impacto mayor para las poblaciones antillanas. Por eso, las referencias de muchos ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, se limitaban a nociones lejanas.

Mientras, las previsiones noticiosas en Puerto Rico lucen complejas, ya que persisten deficiencias serias en el sistema de salud pública. No hay un plan abarcador para administrar pruebas moleculares para la detección del Covid-19. No existe un sistema robusto de rastreo de contactos ni vigilancia epidemiológica bien calibrada. Además, un número creciente de trabajadores desplazados —hasta mayo la cifra oficial ascendía a 320,000 personas— no logra atención gubernamental adecuada para recibir fondos de mitigación por desempleo y crece la población marginada en condiciones de pobreza.

Entretanto, un equipo de médicos que asesoró de forma dinámica a la gobernación en cuanto a medidas preventivas de control pandémico ha quedado relegado, mientras se flexibilizan operaciones comerciales y se reduce la vigencia del toque de queda. Por ello, voces salubristas expertas advierten sobre la posibilidad de un aumento exponencial de casos de Covid-19 sin garantía de que los hospitales públicos y privados puedan responder de manera atinada, libre de los colapsos observados en jurisdicciones donde la pandemia logra avance descontrolado.

A pesar de la pandemia y de otros riesgos serios como una persistente actividad sísmica en el suroeste y la alta probabilidad ciclónica, según pronósticos meteorológicos que aluden a una temporada de huracanes sumamente activa, la prensa de Puerto Rico mantiene firmes dinámicas de fiscalización ante tendencias de inversionismo político con protagonismo de empresarios ávidos por lucrarse de la desgracia ciudadana en tiempos de riesgos y carencias extremas.

Al momento de escribir estas líneas, la cifra de muertes por Covid-19 informada por el gobierno ascendía a 147. Mientras, registraban 1.471 casos de pacientes confirmados con el virus y otros 4.340 como posibles contagiados.

Los periodistas, dispersos en nuestras guaridas domésticas o en grupos que rotan para salir protegidos a la calle, extrañamos el calor humano y la dinámica incomparable de la Sala de Redacción, donde las tertulias enérgicas permiten afinar coberturas e intercambiar ideas sin teclear suspiros. Extrañamos compartir el café en juntas formales e informales y tomar galletitas o quesitos de la misma bandeja. Sin embargo, vivimos con la intensidad de siempre la angustia de quienes más sufren la crisis del momento, sobre todo las carencias de más niños cuyos padres ahora no tienen suficiente para su sustento. La pandemia aviva la llama de nuestra vocación y a pesar de las dificultades para informar ante un reto sin precedente, los periodistas de Puerto Rico asumen su compromiso con ahínco.

Mientras, la prensa recibe apoyo valioso de una población que aprecia la buena información y procura de forma consistente sus contenidos en línea, así como en versiones impresas que siguen circulando, a pesar de escollos de distribución vinculados a cierres de comercios y a la reducción del tránsito y el movimiento masivo de personas en los escenarios urbanos.

(*) Periodista y sociólogo. Profesor en la Universidad del Sagrado Corazón de San Juan. Ex Vicepresidente de la ASPPRO.

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