“No mejoramos como Humanidad, es un desastre lo que pasa en el mundo entero”. Apenas terminado el partido del último 23 de mayo entre Gimnasia y Esgrima La Plata e Independiente Santa Fe por Copa Libertadores, el delantero del equipo colombiano, Hugo Rodallega, se lamentó sobre los cantos racistas que recibió en el bosque platense.
Un par de días antes, en el Primer Mundo, el delantero del Real Madrid, Vinicius Junior, toleró hasta donde pudo las constantes descalificaciones del público del Valencia en el estadio de Mestalla. Como resultado del comportamiento miserable de buena parte de los hinchas locales, quien se fue expulsado fue Vinicius, quien harto de tanto maltrato dio un empujón a un rival.
Las expresiones de ambos futbolistas no son apenas el resultado de sus vivencias. Día a día, millones de personas deben convivir con este tipo de actos racistas y xenófobos en diferentes estratos sociales, laborales, virtuales y académicos.
Estas conductas durante años fueron naturalizadas y normalizadas, a veces reduciéndolas a cuestiones de buen o mal gusto, o de diferentes “sentidos del humor”.
El rol activo de los Estados y diferentes instituciones en contra del racismo y la xenofobia es un buen punto de partida para un problema mucho más de fondo, que está internalizado en millones de personas, en todo el mundo, que han naturalizado el desprecio por la vida ajena como un modo de vivir la vida.