21 abril, 2020

Relato de un virus que paraliza el mundo

Por Carmen Rivas (*), desde Madrid.- El coronavirus no entiende ni de religiones, ni de ideologías, ni de fronteras. Entiende de personas, las personas somos sus victimas.

El 31 de diciembre de 2019 el gobierno chino informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la aparición de casos de neumonía de causa desconocida en Wuhan, en la provincia de Hubei. En su comunicado de 5 de enero de 2020 la OMS no hacía ninguna recomendación específica y, en caso de síntomas de la enfermedad respiratoria, aconsejaba a los viajeros buscar atención médica y compartir su historial de viaje con los sanitarios.

El 31 de enero se registra en España el primer caso. Es un turista alemán, un empresario que ha llegado a La Gomera. El segundo caso en España es el de un turista británico que llega a Palma de Mallorca el 10 de febrero.

Todos los estudios parecen indicar que el virus se expandió por Europa y llegó a España desde Alemania, a través de sus hombres de negocios, desde el Reino Unido por medio de sus turistas y desde Suiza con las transacciones bancarias.

Pero la auténtica dimensión de la Pandemia en la Unión Europea se nos puso delante cuando, primero Italia, luego España, el sábado 14 de marzo, y después todos los países europeos han ido decretando el estado de alarma que básicamente consiste en que llevamos más de un mes sin poder salir de casa y en la práctica paralización de toda actividad económica no esencial. Incluso una parte de los trabajos esenciales se efectúan desde el domicilio (teletrabajo). Impresiona ver las calles y plazas vacías y suspendidas toda la actividad comercial, lúdica, de entretenimiento y cultural.

La realidad siempre  superará a las fantasías que a lo largo de nuestra historia hemos ido construyendo.

Y este virus, el covid19, ha conseguido en días que,  el mundo conocido, resultado de guerras, conflictos y el trabajo de millones de personas durante miles de años no pueda funcionar porque estamos en riesgo de no poder hacer frente a su capacidad de expansión y letalidad. 

En España e Italia el coronavirus tiene mayor número de contagios y de muertos por razones diversas. Nuestra esperanza de vida es mayor, también culturalmente tenemos un mayor contacto social entre jóvenes y viejos y, sobretodo, el virus ha llegado cuando la sanidad y la atención a la dependencia, incluidas la residencias donde atienden a las personas mayores, han sufrido drásticos recortes durante años, con el argumento de la crisis económica, que han diezmado su capacidad de atender adecuadamente esos servicios esenciales. Unos servicios que, por desgracia, más tarde o más temprano todos vamos a necesitar.

Por eso el relato es muy importante. Un relato muy simple y claro es el que hacen los partidos conservadores y de derecha y extrema derecha de los países centro y norte europeos y que podemos resumir así: los vagos y poco previsores habitantes del sur de Europa no se tomaron en serio la amenaza y ahora vienen a lloriquear a los serios y trabajadores, los auténticos europeos, los del norte. Un discurso parecido es el que sostiene la derecha y extrema derecha española.

Sin embargo, los datos apuntan a otras explicaciones más serias. En un mundo globalizado, en el que no existen las distancias, un virus se ha expandido a toda velocidad desde China a Europa y   desde el epicentro europeo a todo el mundo. Un contagio que tiene que ver con el comercio a gran escala, con el turismo y con la economía financiera, esa economía invisible pero con capacidad para transmitir cualquier virus Urbi et Orbe. Como siempre quien más está sufriendo la dimensión del contagio con su carga de dolor y muerte son los ciudadanos más vulnerables y los trabajadores que además de poder perder la vida han perdido sus trabajos, aunque fueran precarios y pueden, otra vez, perder sus casas, sus negocios, su actividad económica con es el caso de los artistas, escritores, libreros, músicos.

De la salida de esta nueva crisis cuando todavía no habíamos superado la económica, la de 2008, va a depender no sólo el futuro de Europa sino el del mundo.

(*) Periodista.

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