La pobreza se mueve constantemente. Lo hace a través de los migrantes, provenientes de los países que viven al límite, desatendidos por sus élites económicas y políticas que dan la espalda a esta cruda realidad. La crisis de Haití es el mejor reflejo. Hoy, la vecina nación, está a punto de colapsar.
El magnicidio de su presidente, Jovenel Moise, ocurrido el 7 de Julio del 2021; el acelerado proceso de desintegración del Estado Haitiano, controlado hoy por bandas armadas, que no dejan espacio para la vida civilizada. Allí todo es desorden, enfrentamientos y ausencia total de las instituciones.
En Haití nada funciona, desde aquella fatídica madrugada en que un grupo de matones asaltó la residencia del jefe de Estado haitiano y penetró a la habitación donde dormía junto a su esposa, y sin mediar palabras lo asesinó.
A partir de entonces, la tragedia haitiana va de mal en peor, y sus nacionales recorren el mundo, de país en país, de frontera en frontera, buscando espacio para sobrevivir. Es la historia de nunca acabar. Es un pueblo que nació para el sufrimiento.
Los acontecimientos se han desbordado en la pequeña nación haitiana, sin que la comunidad internacional vaya en su auxilio. Sorprende la ausencia de las Naciones Unidas y la indiferencia de la OEA, frente al drama de muertes, asesinatos, asaltos, desapariciones, secuestros y la huida de millones de personas tratando de salvar sus vidas.
Huyen de la violencia, de la pobreza y de la incertidumbre que crea la ausencia de un gobierno, de un presidente y de las instituciones formales del Estado.
El problema ha tocado fondo. La llamada comunidad internacional ha dejado sola la nación haitiana. La Francia que la colonizó, hoy ni siquiera reacciona ante la terrible desgracia de uno de los países más pobres del hemisferio. Lo penoso es que esta situación está afectando también a la República Dominicana, que carga con esta difícil situación haitiana, caracterizada por el hambre, el vacío de poder, el caos, la crisis institucional, la violencia y la huida masiva de sus habitantes.
Las grandes potencias no reaccionan a este drama, y mucho menos lo hace el Consejo de Seguridad de la ONU, como no lo hace en Etiopía, en Afganistán, en Sudan o n Mali, porque allí no está reflejada la geopolítica de Ucrania.
Ese abandono de las potencias frente al éxodo masivo de haitianos, muestra la inhumana y cruel política de Occidente, que desnuda la falsedad de sus valores democráticos.
Asesinar a un presidente en su propia cama, donde dormía con su esposa y sus hijos; permitir que el bandidaje se apodere de la nación y solo mostrar la apatía de la ONU, la OEA, de EEUU, de Francia, de Canadá, refleja que todo es una gran mentira. Sólo se preocupan por sus intereses particulares.
Mientras tanto, la desgracia de Haití pudiera estar llegando hacia todos los lugares donde viajan los desesperados ciudadanos haitianos.