Por Juan Carlos Camaño (*).-Creer que el ministro de energía Juan José Aranguren juega solo, se corta solo y que a partir de él, por su culpa, millones de personas se ven avasalladas e insultadas con aumentos de tarifas –gas, electricidad, otras- inmorales e impagables, es no ver el bosque.
Creer que un ministro –por más que sea un peso pesado de Shell– pone a bailar a todo un gabinete de gobierno y somete al propio presidente del país a ir y volver con decisiones de alto impacto económico, político y social, es no entender o no querer entender que el neoliberalismo autóctono está atado al neoliberalismo global. Y donde manda capitán no manda marinero.
Todas las explicaciones técnicas vinculadas a la falta de infraestructura, al despilfarro que viene desde el fondo de los tiempos; todos los discursos acerca de la potencialidad del país rico, del pueblo maravilloso, no resuelven ni una pizca de la realidad cotidiana. Los aumentos de cien por cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos por ciento y de ahí para arriba más disparates, son inaceptables.
Una nueva transferencia de recursos de los sectores históricamente más explotados de los trabajadores y las clases medias, al capital más concentrado y al gran capital transnacional –del mundo globalizado- explica los tarifazos. Todo lo demás es charlatanería.
Centrar el foco en Aranguren es alimentar la charlatanería. Alguna vez escuchamos que el asesino era Jorge Rafael Videla, pero que Roberto Viola y Eduardo Emilio Massera eran otra cosa. Inmundo.
Y escuchamos que la Operación Cóndor –matanza de militantes del campo popular en toda la región, coordinada por las dictaduras militares dependientes de EE.UU.- era un invento de la subversión. Inmundo.
Y escuchamos que María Julia Alsogaray y Roberto Dromi no eran lo mismo que Carlos Menem, el caudillo modernizador que trampeó a sus seguidores prometiéndoles el oro y el moro.
Simple: la culpa es del chancho y de los que le dan de comer.
(*) Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas –FELAP-