13 octubre, 2021

Tenemos un sueño

Por Leticia Amato (*).- Aunque lejos y hace tiempo, al igual que un himno inolvidable, con inmensa pregnancia resuenan aún hoy las palabras que en la histórica demostración de fuerza y unidad de La Marcha de Washington, en 1963, frente a la estatua de Abraham Lincoln, pronunciaba Martin Luther King.

Ahora es el tiempo de hacer que las promesas de la democracia sean reales. Sería desastroso para la nación, pasar por alto la urgencia del momento y subestimar  la determinación de las personas negras, sostenía frente a miles de manifestantes en cuyos labios se multiplicaba este clamor. 

Sin embargo, según el relevamiento anual que realiza el Washington Post, a poco más de un año del asesinato de George Floyd y solo durante el año 2020, 1.000 personas murieron en EE.UU. alcanzadas por balas policiales -lo que constituye la mayor cifra registrada hasta ahora- y cerca de 400 mil personas debieron ser atendidas en centros asistenciales por lesiones o heridas provocadas por policías.

Los torbellinos de revuelta seguirán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que nazca el día brillante de la justicia. No podemos estar satisfechas mientras las personas negras son víctimas de los indecibles horrores de la brutalidad policial, aseguraba Luther King aquel día.

A 156 años de la promulgación de la Decimotercera enmienda de la Constitución norteamericana que abolió la esclavitud, la vida de los ciudadanos afroestadounidenses sigue siendo despreciada, segregada, discriminada, violentada. Son diversos los factores que propician este caldo de cultivo para que subsista y se incremente la violencia policial contra personas negras. Por un lado, el racismo sedimentado en varios sectores de la sociedad norteamericana, muy especialmente en la institución policial, perpetúa con saña renovada las históricas prácticas de violencia segregacionista contra la comunidad negra. Por otro lado, el sistema judicial erige alrededor de los miembros de la policía que son denunciados por crímenes, violencia racial y abuso de poder, un cerco de  impunidad que les garantiza inmunidad corporativa y los protege de toda posible demanda judicial.

Más allá de discursos de signo electoralista que buscan conquistar el voto de la comunidad negra en EE.UU. o de tibias voluntades, la muerte de afroamericanos y personas de minorías étnicas a manos de la policía no es un tema cuyo abordaje –no pensemos siquiera solución- haya estado presente en la agenda de prioridades de los gobiernos conservadores o demócratas que fueron ocupando la casa blanca hasta hoy.

En este sentido, el proyecto de ley de reforma policial “George Floyd” impulsado por la familia Floyd que, entre otras medidas tendientes a limitar el accionar policial, incluye la prohibición de la técnica de inmovilización en el cuello así como la creación de un registro de mala conducta de la policía nacional, languidece en algún oscuro rincón del senado norteamericano y no hay perspectivas de tratamiento a mediano plazo. “Si pueden hacer leyes federales para proteger a un ave nacional, deberían poder hacer leyes federales para proteger a los negros”, declaró Philonise Floyd, hermano de George Floyd

La tarde de la marcha a Washington que marcaría un punto de inflexión en la lucha por los derechos de las personas negras en EE.UU, cuatro años antes de ser asesinado en Memphis, Martín Luther King, con el anhelo esperanzado, concluía: Tengo un sueño, que un día, incluso el estado de Missisipi sofocado por el calor de la injusticia, sofocado por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia. Seremos capaces de trabajar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres. ¡Al fin libres!


(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA. Miembro de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la FELAP.

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