Por Sergio Torres (*).- Casi una década después del final de la Segunda Guerra Mundial, y en plena Guerra Fría, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética sostuvieron un contrapunto multimillonario y ambicioso sin precedentes: la carrera espacial en busca de desentrañar algunos de los misterios del universo, y fundamentalmente para posicionarse como primera potencia mundial.
Aquellos años de avances científicos y tecnológicos lo llevaron adelante dos superpotencias con una cantidad casi ilimitada de recursos. Hoy, hay una carrera espacial aggiornada a los tiempos del libre mercado: son un puñado de multimillonarios los que se desafían a conquistar el espacio.
Jeff Bezos, dueño entre muchas otras cosas de Amazon; Richard Branson, propietario del conglomerado Virgin Group, del que forman parte unas 360 empresas, y Elon Musk, cofundador de PayPal, decidieron librar su propia carrera espacial, invirtiendo sumas astronómicas de dinero para ver quién tiene el cohete más largo.
Las ingentes fortunas que estos magnates amasan y acrecientan día a día la hacen en este planeta, exhausto y agonizante, que sufre cada vez más inundaciones, sequías, falta de nevadas, incendios forestales, olas de calor, alza del nivel del mar, entre otros.
A estos, y otros multimillonarios, este mundo les quedó chico, y roto sobre todo, muy roto. Lo exprimen -con sus 7.500 millones de habitantes- día tras día, para que entreguen lo último que les queda antes de partir a otros destinos. ¿Exagerado? Veremos.
Días atrás más de 15 mil científicos de 184 países firmaron un documento publicado en la revista especializada BioScience en el cual advierten que “hay señales obvias de que vamos por un camino insostenible” y que en menos de treinta años podemos encontrarnos ante una situación irreversible.
El capital, como siempre, pone la luz larga y busca escapar hacia adelante. Ya explora nuevos rumbos, incluso más allá de este planeta, explotado hasta niveles espantosos.
(*) Periodista