24 junio, 2025

Bochini nunca jugó al fútbol

Por Eduardo Verona.

Periodista. Miembro de Conducción de UTPBA.

De arranque no hay que tenerle miedo a las palabras y hay que decir algo duro: Bochini nunca jugó al fútbol. Porque lo que desarrolló el Bocha en todas las canchas que pisó trascendió cualquier definición silvestre o académica vinculada al juego. El hizo otra cosa. Imaginó otras geometrías, otros paisajes. Capturó otros misterios y otros relieves. Inventó otro juego que solo él interpretó y comprendió en su totalidad. De otra manera no podría explicarse la majestuosa y bellísima obra que construyó desde que debutó en Primera el 25 de junio de 1972 ante River hasta el día de su despedida (no deseada) el 5 de mayo de 1991 en aquel partido contra Estudiantes cuando debió salir en camilla, lesionado, por una entrada tan violenta como imprudente de Pablo Erbín.

¿Qué se reveló aquel domingo de hace 53 años en el estadio Monumental cuando el técnico Pedro Dellacha lo hizo ingresar por Hugo Saggioratto a 13 minutos del cierre del partido que ganó River 1-0? Entre otras evidencias que lo fueron mostrando como un crack de registro excepcional, quedó la certeza de que el Bocha no era un goleador clásico, aunque durante su extensa carrera haya convertido 108 goles conquistando 14 títulos, si contemplamos el Mundial con la Selección en México 86.

“Yo disfruto mucho más de un pase gol que de un gol mío”, comentó en no pocas oportunidades. Igual que ese estratega formidable que fue Juan Román Riquelme. O el Beto Alonso. O el Pibe Valderrama. Aunque Bochini fue claramente superior en inventiva, en manejo en espacios mínimos y sobre todo en gambeta en velocidad y en recursos a Riquelme, Alonso, Valderrama y a Andrés Iniesta, otro fenómeno en el arte de meter una pelota criminal para que un compañero quede mano a mano con el arquero rival. 

¿Hizo escuela el Bocha con aquellas viejas declaraciones en las que reivindicaba su talento para ofrecer en bandeja posibilidades claras de gol? La realidad implacable es que Bochini nunca se propuso nada en particular. Salvo en jugar como él quería jugar. Sin obediencias ni claudicaciones a todo lo que no fuera su pensamiento futbolístico. En ese plano era taxativo. Nunca se casó con nadie. Ni con el Pato Pastoriza, a quien supo criticar, a pesar de la buena relación que mantenían. Ni con el Flaco Menotti, a quien le dedicó tantos elogios como debilidades. Ni con su amigo Daniel Bertoni cuando ejerció en el Apertura de 2004 como técnico de Independiente, castigándolo duro y parejo por sumar volantes de recuperación, lo que según su criterio siempre fue una herejía inaceptable.

Esa notable convicción para separar los tantos siempre la asumió con absoluta naturalidad. Fue crítico de todos los entrenadores que pasaron por el Rojo. No se salvó nadie de una mirada alejada por completo de los tonos complacientes o ambiguos. Cuando Independiente estaba en las vísperas de consagrarse campeón en la temporada 88-89 le preguntamos al Bocha que opinión tenía sobre Jorge Solari, técnico por aquel entonces del equipo. Su respuesta encierra muchas respuestas: “Vengo escuchando que algunos periodistas dicen que el Indio Solari me cambió algunas cosas y que ahora me preocupo más en cuestiones tácticas. Es todo mentira. Todo humo. Las tácticas y los pizarrones son grandes versos del fútbol. No creo en la táctica, en el pizarrón ni en el laboratorio. Nunca creí. Creo en el ritmo y en la movilidad permanente. Si un equipo tiene buen ritmo y movilidad seguro que te gana. Solari a mí no me pide nada. ¿Qué me va a pedir a esta altura? ¿Qué me tire a los pies de los tipos que me marcan? Si lo mío fue siempre inventar. Lo que yo tengo que hacer en la cancha es inventar. Por ahí pasa mí fútbol: inventar jugadas”.

Esa capacidad extraordinaria para “inventar” que siempre se adjudicó sin ninguna soberbia fue la matriz de su fútbol de autor. Un fútbol made in Bochini. Los goles los regalaba. Se los regalaba a sus compañeros. El construía. Elaboraba. Creaba. Y siempre sorprendía, aunque nadie desconocía que cuando entraba en contacto con la pelota podían derrumbarse todos los muros. Y se derrumbaban.

“El que no estaba atento con el Bocha podía pasarla mal”, nos decía el Beto Outes, compañero suyo en aquel Independiente campeón de la segunda mitad de los 70. ¿A qué se refería Outes? Al pase profundo y quirúrgico de Bochini que dejaba estaqueados en el piso a todos los jugadores, menos al receptor de la pelota. “Había que seguirlo siempre con la mirada al Bocha, porque en cualquier circunstancia de un partido te metía una pelota que te dejaba solo frente al arquero y si no la resolvías más o menos bien también quedabas muy expuesto”, explicaba Outes.

Maradona y Bochini.

Exigía Bochini, sin plantearlo en palabras, una altísima concentración con el juego. Y con los movimientos del equipo propio y el ajeno. Sin la percepción muy fina e integral de esos movimientos, no se puede jugar como lo hacía el Bocha. Conectando con esas lecturas, el Loco Gatti solía señalar: “En el fútbol argentino son muchos los boludos que durante los partidos miran los aviones”. La observación de Gatti (un intuitivo brillante) se enfocaba en los jugadores que no viven a full el partido. Que están y no están. Que aparecen y se borran. Que “miran los aviones como boludos”, como ironizaba el Loco.

Bochini siempre miró todo. Y vio todo. Y no concedió nada. Ni palabras ni gestos que denunciaran algo próximo a la obsecuencia o a la falta de compromiso. Lo suyo fue cero sobreactuación. Cero demagogia. Cero venta de humo. “Usted fue mi maestro”, le confesó Maradona en el 2016 en un mensaje viralizado. El maestro de los maestros que fue Diego le rendía en pocas palabras un homenaje entrañable al tipo que supo admirar como adolescente en la Doble Visera.

Los 108 goles que anotó Bochini según sentencian las estadísticas, los 714 partidos que jugó y los 13 títulos que ganó con la camiseta Roja, son apenas números sin relevancia. Despojados de épica si no se los pone en contexto. Porque fueron incalculables los goles que hizo Bochini. Aunque se los atribuyan otros. Aunque los hayan gritado otros. Pero fueron de él en ese rubro intangible del autor ideológico. Lo revelaba el trazo del artista. Lo delataba la arquitectura de la maniobra. La pincelada del genio. Los hinchas siempre lo supieron. Desde la primera vez que lo vieron. Entendieron ese mensaje que capturó la simpleza inteligente. Porque parecía simple lo que hacía. Tan simple y perfecto que expresaba la gran inteligencia. La inteligencia de un elegido, que como bien nos confirmó Jorge Burruchaga, “fue superior a Iniesta”.  

Ratifica el protocolo de los aniversarios que el 25 de junio de 1972, Bochini debutó en Primera ante River. Es el dato infranqueable de la historia. El recorrido, su impresionante recorrido, lo incorporó la memoria colectiva. De los que lo vieron. Y de aquellos que lo imaginan. Y que aún imaginándolo quizás se queden cortos. Muy cortos.  

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Por Ana Villarreal.

Periodista y escritora. Miembro de Conducción de UTPBA. Delegada a la FELAP.
“…Indescifrables son tu nombre y tu rostro; quizás no has existido, sin embargo has llegado a la vejez y haces gestos impuros, también indescifrables…” Antonio Gamoneda.

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Por Eduardo Verona.

Periodista. Miembro de Conducción de UTPBA.
Suele expresar la poesía y la narrativa literaria orientada hacia los bordes del desamparo social, que existen rasgos de belleza en la tragedia. ¿Será verdad?

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Comunicadora. Escritora. Docente en Filosofía.
Hace un tiempo que el horror está en auge, desde los cuentos de Mariana Enriquez, nuevos éxitos argentinos de terror, como cuando acecha la maldad e inclusive la propuesta estética de cantantes como el Dillom.