El lecho del río Olimar, tal vez, tenga la mayor licencia para escuchar el bordoneo de su guitarra enmudecida. Y es porque el Pepe Guerra, desde su voz fuerte y tierna, con certezas de poeta se lo anduvo prometiendo en la canción. “A la orilla de ese río estoy pensando/ Que algún día calladito yo me iré/ Dejaré de ser cantor pero qué lindo/ pues por siempre tierra fértil yo seré”.
El cantante y compositor, integrante con Braulio López, del mítico dúo uruguayo Los Olimareños, falleció el 13 de junio, en Montevideo, a los 80 años.
Por más de setenta años, José Luis Guerra entregó su pasión y compromiso musical para enaltecer el cancionero popular, trascendiendo por décadas las fronteras del Uruguay.
Nació en la ciudad de Treinta y Tres, en el Yerbal, en el respiro del Olimar. Allí obtuvo su primera guitarra, regalo de un vecino, construida con una lata de aceite.
Y según sus propias palabras, registradas por el periódico La Diaria, fue en su escuela primaria cuando cantó por primera vez frente al público, con tanta mala suerte que se le cortó una cuerda a su guitarra. Sin embargo, y con una muestra del carácter que distinguió en su vida, continuó cantando hasta finalizar su versión de Luna Tucumana.
Su guitarra acuñó un inconfundible sello de identidad en bordoneos y en el golpe del dedo macho para abrazar chamarritas, polcas y la veintena de ritmos de milongas surgidos en Treinta y Tres.
Su voz única, grave: segunda firme y potente obligó al consejo murguero de Raúl Castro y Jaime Roos “que el letrista no se olvide de la voz del Pepe Guerra”.
Pepe Guerra, “oriental en la vida y en la muerte también”, hasta siempre, lo dice cantando el cortejo del agua en el lecho del Olimar.