20 diciembre, 2024

Las películas de Charly

Por Eduardo Verona.

Periodista. Miembro de Conducción de la UTPBA.

“¿Que se puede hacer / salvo ver películas”?  Decía, cantaba y se preguntaba Charly García en plena dictadura cívico-eclesiástica-militar. ¿Quería encontrar una salida o fuga cinematográfica y existencial uno de los poetas y músicos del rock más talentosos, influyentes y determinantes de la vanguardia cultural latinoamericana? ¿Quería marcar y señalar un camino en medio de la oscuridad total planificada por el terrorismo de Estado? ¿Qué revelaba Charly, en definitiva, en aquellos años criminales en que era indispensable disfrazar y maquillar la idea para no ser prohibido, amenazado de muerte en un amanecer cualquiera o empujado a partir de manera fulminante hacia el exilio?

En ese brillante álbum de La Máquina de hacer Pájaros grabado en el otoño de 1977 (liderado por Charly y acompañado por Carlos Cutaia en teclados, Oscar Moro en batería, Gustavo Bazterrica en guitarra eléctrica y José Luis Fernández en bajo), posterior a la disolución de Sui Generis dos años antes con dos recitales inolvidables en el Luna Park, también  existían apelaciones más directas, como en la canción “Hipercandombe”, cuando Charly dice. “cubrís tu cara y su pelo también / como si tuvieras frío / pero en realidad / te querés escapar de algún lío”.

O cuando en el tema “No te dejes desanimar” plantea no claudicar ni sucumbir frente al temible escenario del desamparo y la desolación y pide “no te dejes matar / quedan tantas mañanas por andar”. O en la canción “Marilyn, la cenicienta y las mujeres”, cuando describe con crudeza la atmósfera de la opresión en solo ocho palabras: “esto no es un juego nena / estamos atrapados”. Finalizando con un pedido urgente de regreso al primer refugio: “vuelve pronto a casa / todos tenemos hogar”.

Aquellas palabras quirúrgicas en clave de rock progresivo que pronunció Charly hace casi medio siglo no solo intentaron reflejar en primera plana la silueta inconfundible del peligro inminente y del miedo real, sino el perfil devastador de los días y las noches sin ningún reparo ni destino. Parecía no hablar de política. Pero lo suyo era un concepto y un mensaje claramente político. No partidario. No embanderado con un color ni una consigna muy identificada con ciertos liderazgos. El único liderazgo emotivo que reconoció Charly se concentró en la figura de Hebe de Bonafini. Y el otro liderazgo artístico que reivindicó lo encarnó Mercedes Sosa.

Su militancia auténtica era por la vida. Con más o menos contraseñas y metáforas. Con más o menos alegorías y complicidades. Por eso aparece el remedio mínimo y mordaz de poder ver películas, la esperanza tenue de alcanzar “tantas mañanas por andar” y de contar la travesía y el viaje desangelado que emprendió Marilyn Monroe, la diosa rubia que el mundo del espectáculo (y de la política) de Estados Unidos en los finales de los 50 y arranque de los 60, usó, abusó y tiró hasta que todo terminó con una muerte prematura a los 36 años saturada de sospechas nunca disipadas, vinculadas al gobierno de John Fitzgerald Kennedy, ejecutado en Dallas el  22 de noviembre de 1963.  

Esa mirada siempre inteligente, profunda y perceptiva de Charly es la mirada fina, sensible y calificada que debería prevalecer por adentro y por afuera de los relieves artísticos. No por la denuncia y la protesta convencional que se agota en sí misma, proponiendo un rechazo sin un criterio organizado de proyección. Un rechazo imposible de evitar, pero que no logra articular una salida valiosa que aliente la química de cierto colectivismo homogéneo y perdurable. 

La poesía del suburbio o de las academias y la lírica del rock en muchas ocasiones que registra la historia supo avanzar más rápido y más directo que otros sectores críticos de las sociedades. Vio antes lo que muchos vieron después. Anticiparon los tiempos de la catástrofe. No es menor el mérito. Y le pusieron música y una gran potencia de transmisión a la letra y el testimonio comprometido.

Por citar un caso clamoroso, John Lennon, asesinado a los 40 años en Nueva York el 8 de diciembre de 1980, fue objeto de espionaje y hostigamiento permanente por parte de la CIA. Su oposición férrea y muy activa en territorio norteamericano a la guerra de Vietnam y su extraordinario himno a la paz, la concordia y la armonía global que fue y es Imagine (grabado en 1971), fueron motivos de alta preocupación en el tinglado miserable de la geopolítica guerrera que, entre otros, impulsan, sin pausas ni piedad, los halcones y las palomas del norte en sintonía con otros halcones y palomas con perfume europeo.

Charly García, por supuesto en otro plano, en otro marco y en otro contexto, siempre fue considerado un personaje peligroso e inclasificable para la dictadura del pensamiento. Su obra estupenda y cautivante, que adquiere cada vez más peso, significado y valor con el paso del tiempo, acredita una certeza inocultable entre tantas otras: el tipo que nació hace 73 años tenía un reloj que le adelantaba la hora. Un reloj universal tan sabio como rotundo. 

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